miércoles, 24 de diciembre de 2008

El Sueño de María

Tuve un sueño, José.... no lo pude comprender, realmente no, pero creo que se trataba del nacimiento de nuestro Hijo; creo que si era acerca de eso. La gente estaba haciendo los preparativos con seis semanas de anticipación. Decoraban las casas y compraban ropa nueva. Salían de compras muchas veces y adquirían elaborados regalos. Era muy peculiar, ya que todos los regalos no eran para nuestro Hijo. Los envolvían con hermosos papeles y los ataban con preciosos moños, todo lo colocaban debajo de un árbol. Si, un árbol, José, dentro de una casa. Esta gente estaba decorando el árbol también. Las ramas llenas de esferas y adornos que brillaban. Había una figura en lo alto del árbol, me parecía ver una estrella o un ángel, oh! Era verdaderamente hermoso. Toda la gente estaba feliz y sonriente. Todos estaban emocionados por los regalos; se los intercambiaban unos con otros José, pero, no quedó alguno para nuestro Hijo. Sabes, creo que ni siquiera lo conocen, pues nunca mencionaron su nombre; ¿no te parece extraño que la gente se meta en tantos problemas para celebrar el cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen?. Tuve la extraña sensación de que si nuestro Hijo hubiera estado en la celebración, hubiese sido un intruso solamente. Todo estaba tan hermoso José y todos tan felices, pero yo sentí enormes ganas de llorar. Que tristeza para Jesús no querer ser deseado en su propia fiesta de cumpleaños. Estoy contenta porque sólo fue un sueño, pero que terrible José, si esto hubiera sido realidad.
domingo, 14 de diciembre de 2008

Bendición de la Mesa en Navidad

Al iniciar la cena:
+En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Esta noche buena nos reunimos en esta mesa para recordar y celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Te damos gracias Señor, Dios Padre Omnipotente, porque por tu bondad en una noche como ésta, permitiste que tu Único hijo se hiciera hombre para liberarnos del yugo del pecado.
Gracias, Padre Nuestro, por el cariño de predilección que nos tienes, aún sin merecerlo.
Gracias, Jesús Nuestro Señor, porque nos enseñaste a ser humildes naciendo en un pesebre cuando podías haber nacido en un palacio. Enséñanos a ser como tú, humildes y mansos de corazón.
Gracias, San José, hombre recto y justo que acogiste con generosidad al Hijo del Altísimo y que protegiste con amor y devoción a la Santa Madre de Dios.
Gracias Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, por haber dicho “Si” cuandoel ángel te anunció la voluntad del Padre.
En esta Noche Santa, te pedimos Señor por nuestras necesidades: Te pedimos por la Santa Iglesia Católica, por el Sumo Pontífice, por los Obispos, por los Sacerdotes, por los diáconos, por los misioneros, por los religiosos y por todos aquellos hermanos que han entregado su vida para predicar el Evangelio.
Te pedimos la Paz del mundo. Te pedimos por nuestra Patria y por nuestros gobernantes, para que sepan guiarcon prudencia y justicia a nuestra nación. Te pedimos Señor por nuestra familia, por nuestros amigos, por nuestros compañeros de trabajo, por nuestros empleados.
Señor, Dios del Universo, te damos gracias por estos alimentos que por tubondad recibimos de tus manos. Te pedimos por los pobres del mundo que no pueden, en esta Noche Santa, cenar como nosotros cenamos. Te pedimos por ellos, y por nosotros para que aprendamos a compartir los bienes que nos das todos los días, para que a ejemplo de Jesucristo Señor nuestro, sepamos vivir la caridad con nuestro prójimo todos los días de nuestra vida.
Bendícenos, Señor, y bendice estos alimentos.
El Rey de la Gloria Eterna nos haga partícipes de Su mesa Celestial.
Contestan todos: Amén
Pbro. Juan José González Parada

Un Hermano Así

Un hombre llamado Paul recibió un auto como regalo de Navidad. La noche anterior, cuando Paul salió de la oficina, había un chico de la calle dando vueltas alrededor del auto flamante y brillante al que miraba con admiración.
-¿Este auto es suyo señor?- preguntó.
Paul asintió.
-Me lo regaló mi hermano para Navidad.
El chico estaba maravillado.
-¿Quiere decir que su hermano se lo dio y no le costo nada? Que suerte, ojalá...
-vaciló.
Naturalmente Paul sabía cual era su deseo. Ojala él hubiera tenido un hermano así. Pero lo que el chiquillo dijo, dejó a Paul paralizado de la cabeza a los pies.
-Ojala -continuó- yo pudiera ser un hermano así.
Paul miró al chico anonadado, y agregó, impulsivamente:
-¿Te gustaría dar una vuelta en mi auto?
-Oh, si, me encantaría.
Después de un breve paseo, el chico se volvió y con los ojos fulgurantes dijo:
-Señor, ¿le molestaría pasar por frente a mi casa? Paul esbozó una sonrisa. Creyó saber que quería el muchacho. Quería mostrarles a los vecinos que podía llegar a su casa en un auto grande. Sin embargo, por segunda vez se equivocó.
-¿Podría frenar donde están esos dos escalones -preguntó el chico.
Subió los dos escalones corriendo. Pasó un ratito y Paul lo oyó regresar, pero no venía rápido. Cargaba a su hermanito inválido. Lo sentó en el escalón de abajo, después se apretó un poco contra él y señaló el auto.
-Ese es Buddy, como te dije arriba. El hermano se lo regaló para Navidad y no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a dar uno así... y entonces podrás ver todas las cosas lindas que hay en las vitrinas de Navidad de las que yo te he hablado.
Paul se bajó y sentó al pequeño en el asiento delantero del auto. El hermano mayor, eufórico, y los tres iniciaron un paseo memorable. Esa Nochebuena, Paul entendió qué quería decir Jesús con: "Es mejor dar que recibir..."
Dan Clark
Tomado del libro, Chocolate caliente para el Alma.

Carta de Navidad a los Niños

¡Queridos niños!
Dentro de pocos días celebraremos la Navidad, fiesta vivida intensamente por todos los niños en cada familia. Deseo dirigirme a vosotros, niños del mundo entero, para compartir juntos la alegría de esta entrañable conmemoración.
La Navidad es la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por esto es vuestra fiesta! Vosostros la esperáis con impaciencia y la preparáis con alegría, contando los días y casi las horas que faltan para la Nochebuena de Belén.
Parece que os estoy viendo: preparando en casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo el nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en que nació el Salvador. ¡Es cierto! En el período navideño el establo con el pesebre ocupa un lugar central en la Iglesia. Y todos se apresuran a acercarse en peregrinación espiritual, como los pastores la noche del nacimiento de Jesús. Más tarde los Magos vendrán desde el lejano Oriente, siguiendo la estrella, hasta el lugar donde estaba el Redentor del universo. También vosotros, en los días de Navidad, visitáis los nacimientos y os paráis a mirar al Niño puesto entre pajas. Os fijáis en su Madre y en san José, el custodio del Redentor. Contemplando la Sagrada Familia, pensáis en vuestra familia, en la que habéis venido al mundo. Pensáis en vuestra madre, que os dio a luz, y en vuestro padre. Ellos se preocupan de mantener la familia y de vuestra educación. En efecto, la misión de los padres no consiste sólo en tener hijos, sino también en educarlos desde su nacimiento.
Queridos niños, os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de laNavidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena!
También los días que siguen al nacimiento de Jesús son días de fiesta: así, ocho días más tarde, se recuerda que, según la tradición del Antiguo Testamento, se dio un nombre al Niño: llamándole Jesús.Es justamente así: este Niño, ahora recién nacido, cuando sea grande, como Maestro de la Verdad divina, mostrará un afecto extraordinario por los niños.
Dirá a los Apóstoles: « Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis », ya ñadirá: « Porque de los que son como éstos es el Reino de Dios » (Mc10, 14). ¡Alabad el nombre del Señor! ¡Alabad el nombre del Señor! Los niños de todos los continentes, en la noche deBelén, miran con fe al Niño recién nacido y viven la gran alegría de la Navidad.
Cantando en sus lenguas, alaban el nombre del Señor. De este modo se difunde por toda la tierra la sugestiva melodía de la Navidad. Son palabras tiernas y conmovedoras que resuenan en todas las lenguas humanas; es como un canto festivo que se eleva por toda la tierra y se une al de los Angeles, mensajeros de la gloria de Dios, sobre el portal de Belén: « Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes El se complace » (Lc 2, 14).
El Hijo predilecto de Dios se presenta entre nosotros como un recién nacido; entorno a El los niños de todas las Naciones de la tierra sienten sobre sí mismosla mirada amorosa del Padre celestial y se alegran porque Dios los ama. El hombre no puede vivir sin amor. Está llamado a amar a Dios y al prójimo, pero para amar verdaderamente debe tener la certeza de que Dios lo quiere. ¡Dios os ama, queridos muchachos! Quiero deciros esto al terminar el Año de la Familia y con ocasión de estas fiestas navideñas que son particularmente vuestras.
Os deseo unas fiestas gozosas y serenas; espero que en ellas viváis una experiencia más intensa del amor de vuestros padres, de los hermanos y hermanas, y de los demás miembros de vuestra familia. Que este amor se extienda después a toda vuestra comunidad, mejor aún, a todo el mundo, gracias a vosotros, queridos muchachos y niños.
Así el amor llegará a quienes más lo necesitan, en especial a los que sufren y a los abandonados. ¿Qué alegría es mayor que el amor? ¿Qué alegría es más grande que la que tú, Jesús, pones en el corazón de los hombres, y particularmente de los niños, en Navidad? ¡Levanta tu mano, divino Niño, y bendice a estos pequeños amigos tuyos, bendice a los niños de toda la tierra!
Juan Pablo IIVaticano,
13 de diciembre de 1994.

Navidad en el Asilo

Esta historia sucedió en una capital centroamericana, donde mi esposo trabajaba como diplomático. Faltaba una semana para la Navidad y la Asociación de esposas de los diplomáticos había proyectado una fiesta de Navidad en el asilo de ancianos. En mi calidad de secretaria, tuve que telefonear a todas las asociadas para pedirles que prepararan algún plato y fueran a atender personalmente a los ancianos. La mayoría contestaba que encantada prepararía un pastel, pero que no tenían tiempo para asistir a la fiesta.
Me molestó constatar que tan solo ocho de treinta y cinco asociadas dijeron que vendrían a ayudar ¡y tenemos que servir a casi doscientos ancianos! El día de la fiesta llegué al asilo a tiempo y Gladys la presidenta de la asociación ya se encontraba tras la larga mesa en la que cada una iba dejando su torta. La esposa del embajador americano estaba preparando el ponche y cortando pasteles. Las pocas señoras que se habían comprometido a ayudar colocaban los adornos de Navidad, organizaban las sillas y realizaban los diversos trabajitos necesarios para poner en marcha la fiesta.
Qué lástima. Habría deseado que más señoras hubieran querido ayudar. ¿Por dónde quieres que empiece? La cálida sonrisa de Gladys casi borró mi resentimiento. Me pidió que les llevara la merienda a los ancianos que no podían salir de su cuarto. Cómo no; dije agarrando una bandeja. ¡Será mejor que comience pronto, pues voya tardar un siglo en servirles a todos! Empezó la música y no sé quién se puso a cantar villancicos con los ancianos, que estaban todos reunidos en el inmenso patio del establecimiento. Yo no tenía tiempo de escuchar ni disfrutar las canciones.
Me pasé la tarde corriendo de un lado a otro, llevando pasteles y ponche, sin mirar casi ni de reojo a los pacientes que servía. A cada uno le daba además una bolsa de caramelos y un regalo. Recorrí todas las alas del edificio, me dolían las piernas de subir las escaleras. Una de las tantas veces que subí, una viejita que llevaba un vestido estampado, rasgado y desteñido me tocó el brazo y me dijo tímidamente: Perdone, señorita. ¿Tendría la bondad de cambiarme el regalo? Me volví hacia ella irritada y repliqué: ¿Cambiarle el regalo? ¿Por qué? ¿Es que le tocó uno de hombre? No, no... dijo vacilante. Es que me tocaron perlas. Las perlas representan lágrimas y yo ya no quiero más lágrimas.
Pensé: ¡Qué superstición más tonta! ¡Hay que ver cómo está el mundo! ¡Deberían agradecer cualquier cosa que les dieran! Lo siento. Ahora estoy muy atareada. A lo mejor después se lo puedo cambiar. Me fui corriendo para llenar otra vez la bandeja y me olvidé al instante de la señora. Con la bandeja llena de tortas llegué corriendo a la sección de mujeres, en la planta baja. Abrí la puerta del cuarto A-14 apoyándome de espaldas y una vez dentro, di la vuelta; cuando ví lo que había allí, me estremecí de tal modo que la bandeja me empezó a temblar en mis manos. ¡En aquel cuarto feo y deslucido, acostada en un camastro de sábanas grises y con un camisón raído, estaba mi madre! ¿Mamá? ¡No puede ser! ¡Mamá está muerta! y de estar viva, no se encontraría en un lugar así. Se trataba de un asilo para ancianos sin familia, gente pobre y enferma que no tenía donde estar ni quien la cuidara. No podía ser; los ojos me estaban haciendo una jugarreta.
Cuando volví a abrirlos pude ver mejor a la mujer demacrada que ocupaba el cuarto. No era mi madre, sino una viejita de cabello gris y ojos azules, que ni se parecía mucho a ella. ¿Qué me habría pasado que pensé que esa pobre mujer era mi madre? Sería la madre de otro, no la mía. Entonces, ¿por qué no me sentí aliviada? Todo lo contrario, me embargó un dolor inmenso y se me hizo un nudo en la garganta.
Sin pronunciar palabra, volví a salir justo a tiempo para que no me viera llorar. Por el oscuro pasillo retorné a la mesa en la que se encontraba Gladys trabajando, muy animada. Se me debía de notar lo mal que me sentía, porque su expresión cambió en cuanto me vio y me dijo: ¿Qué te pasa, Betty? me preguntó, rodeándome con el brazo. Es que ví a mi madre... dije sollozando. ¡Acabo de ver a mi madre allí en un cuarto! No puedo seguir. Lo que te pasa es que estás agotada. Tómate un descanso. Varias personas que se encontraban por allí cerca empezaron a mirarme.
Agarré una servilleta y me fui corriendo para que no me vieran llorar. Me dirigí a un descansillo de la escalera del ala masculina, donde no había luz y me senté en el rincón, sollozando. Señor recé, ¿qué me pasa? ¿Me estoy volviendo loca?, y casi al instante oí Su respuesta, que no me llegó con palabras audibles sino en mis pensamientos: «Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres... y no tengo amor, de nada me sirve.»(1Cor.13:3)
Caí en la cuenta de que esas palabras iban sin duda alguna dirigidas a mí. Ese día yo había preparado tortas, caminado kilómetros, llevado comida a muchas personas, pero, ¿para qué? ¿A quién había estado sirviendo? ¿A quién había tratado con cariño? ¡Ni siquiera me había molestado en mirar a nadie! Los ancianos no significaban nada para mí, ni veía sus rostros... hasta que ví en alguien que sufría el rostro amado de mi madre. Entonces cobraron vida para mí los ancianos.
Perdóname, Señor dije en voz baja. Lo he hecho todo al revés. Tengo que volvera empezar. Respiré profundamente, me enjugué las lágrimas y volví a la mesa de los pasteles. Gladys me miró desde donde estaba ocupada y me dijo: Ya has hecho bastante por hoy, Betty. ¿Por qué no te vas a casa a descansar? Apartir de ahora nos las podremos arreglar con las que estamos. No me pidas que me vaya le respondí. En realidad recién voy a empezar como debe ser. Cuando estaba a punto de irme cargando otra bandeja, de pronto me acordé: Gladys, ¿tienes otro regalo para señoras? Tengo que cambiar uno. Ella me pasó una cajita que contenía un broche de piedras rojas con forma de corazón. Gracias, es ideal le dije, agarrándola y alejándome deprisa hacia el patio.
Haz que encuentre a esa mujer, oré para mis adentros. Ni me había molestado en mirarle la cara. Había estado demasiado ocupada para prestarle alguna atención y pasé de largo, como hicieron el levita y el sacerdote en la historia del buen samaritano. Busqué entre todos los ancianos, de fila en fila. A todos se les veía contentos, cantando villancicos mientras resonaba la música. Por primera vez en todo el día me empecé a sentir feliz. Entonces ví el andrajoso vestido estampado. La señora estaba sentada contra lapared, sola, teniendo en su regazo los caramelos sin desenvolver y las perlas.
Se veía muy triste y desdichada. Me acerqué corriendo.La busqué por todas partes. Tome, le traje un regalo diferente.
Alzó la vista sorprendida y luego, casi como quien pide perdón, agarró la caja y la abrió. Los ojos se le iluminaron como un árbol de Navidad y sonrió de oreja a oreja encantada. Muchas gracias, señorita exclamó es muy bonito. De nuevo se me hizo un nudo en la garganta, pero esta vez no me importó. Deje que se lo coloque le dije. Y déme esas perlas, que ninguna falta nos hacen las lágrimas en Navidad.
Cuando me fui, la dejé cantando en el patio con los demás y me dio la impresiónde que se me quitaba un peso tremendo de encima. Sólo me quedaba una cosa por hacer antes del fin de la fiesta: volver al cuarto A-14. De alguna forma tenía que darle las gracias a aquella paciente, pero no sabía cómo.
Cuando empujé la puerta, me encontré a la señora sentada en la cama, comiéndose la torta y cuando entré sonrió. Feliz Navidad, mamita le dije. Qué bueno que haya vuelto me contestó. Quería darles las gracias a todas las señoras por venir y hacernos la fiesta. Me gustaría hacerle un regalo, pero no tengo nada que le pueda dar. ¿Le puedo cantar una canción? Ya no me podía contener más y asentí con la cabeza. Me senté en la cama mientras ella me interpretó, con voz chillona, tres estrofas de una canción de lo más triste y de lo menos navideña que he oído en la vida. Pero el resplandor de sus ojos pudo más que la letra y dejó bien claro el mensaje de la Navidad

El Verdadero Valor de las Cosas

Sólo faltaban cinco días para la Navidad. Aún no me había atrapado el espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos llenos, y dentro de las tiendas el caos era mayor. No se podía ni caminar por los pasillos. ¿Por qué vine hoy? Me pregunté.
Me dolían los pies lo mismo que mi cabeza. En mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada, pero yo sabia que si no les compraba algo se resentirían. Llené rápidamente mi carrito con compras de último minuto y me dirigí a las colas de las cajas registradoras. Escogí la más corta, calculé que serian por lo menos 20 minutos de espera.
Frente a mi habían dos niños, un niño de 10 años y su hermanita de 5 años. El estaba mal vestido con un abrigo raído, zapatos deportivos muy grandes, a lo mejor 3 tallas más grandes. Los pantalones le quedaban cortos. Llevaba en sus sucias manos unos cuantos billetes arrugados. Su hermanita lucía como él, sólo que su pelo estaba enredado. Ella llevaba un par de zapatos de mujer dorados y resplandecientes.
Los villancicos navideños resonaban por toda la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al llegar a la caja registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente a la cajera, como si se tratara de un tesoro. La cajera les entregó el recibo y dijo: son $6.09. El niño puso sus arrugados billetes en el contador y empezó a rebuscarse los bolsillos. Finalmente contó $3.12. Bueno pienso que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los compraremos, añadió.
Ante esto la niña dibujó un puchero en su rostro y dijo: Pero a Jesús le hubieran encantado estos zapatos”. Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No llores, vamos a volver.
Sin tardar yo le completé los tres dólares que faltaban a la cajera. Ellos habían estado esperando en la cola por largo tiempo y después de todo era Navidad. Y en eso un par de bracitos me rodearon con un tierno abrazo y una vozme dijo, " muchas gracias señor".
Aproveche la oportunidad para preguntarle que había querido decir cuando dijo que a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña con sus grandes ojos redondos me respondió, Mi mamá está enferma y yéndose al cielo. Mi papá nos dijo que se iría antes de Navidad para estar con Jesús. Mi maestra de catecismo dice que las calles del cielo son de oro reluciente tal como estos zapatos. ¿No se le verá a mi mamá hermosa caminando por esas calles con estos zapatos?
Mis ojos se inundaron al ver una lágrima bajar por su rostro radiante. Por supuesto que sí, le respondí. Y en silencio le di gracias a Dios por usar a estos niños para recordarme el verdadero valor de las cosas.

Dos Bebés en un Pesebre

En 1994 dos americanos respondieron una invitación que les hiciera llegar el Departamento de Educación de Rusia, para enseñar moral y ética en las escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, el departamento de bomberos, de la policía y en un gran orfanato.
En el orfanato había casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados, y dejados en manos del Estado. De allí surgió esta historia relatada por los mismos visitantes: Se acercaba la época de las fiestas de 1994, los niños del orfanato iban a escuchar por primera vez la historia tradicional de la Navidad. Les contamos acerca de Maria y José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas, por lo que debieron ir a un establo, donde finalmente el niño Jesús nació y fue puesto en un pesebre. A lo largo de la historia, los chicos y los empleados del orfanato no podían contener su asombro. Algunos estaban sentados al borde de la silla tratando de captar cada palabra.
Una vez terminada la historia, les dimos a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada chico se le dio un cuadradito de papel cortado de unas servilletas amarillas que yo había llevado conmigo.
En la ciudad no se podía encontrar un solo pedazo de papel de colores. Siguiendo las instrucciones, los chicos cortaron y doblaron el papel cuidadosamente colocando las tiras como paja. Unos pequeños cuadraditos de franela, cortados de un viejo camisón que una señora americana se olvidó al partir de Rusia, fueron usados para hacerle la manta al bebé. De un fieltro marrón que trajimos de los Estados Unidos, cortaron la figura de un bebé. Mientras los huérfanos estaban atareados armando sus pesebres, yo caminaba entre ellos para ver si necesitaban alguna ayuda.
Todo fue bien hasta que llegué donde el pequeño Misha estaba sentado. Parecía tener unos seis años y había terminado su trabajo. Cuando miró el pesebre quedó sorprendido al no ver un solo niño dentro de el, sino dos. Llamé rápidamente al traductor para que le preguntara por qué había dos bebes en el pesebre. Misha cruzó sus brazos y observando la escena del pesebre comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez estaba muy bien, hasta que llegó la parte donde María pone al bebé en el pesebre.
Allí Misha empezó a inventar su propio final para la historia, dijo: "Y cuando María dejó al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá y que no tenía un lugar para estar. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con El. Le dije que no podía, porque no tenía un regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús, por eso pensé qué cosa tenía que pudiese darle a El como regalo; se me ocurrió que un buen regalo podría ser darle calor.
Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ese sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo: Si me das calor, ese sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre."Cuando el pequeño Misha terminó su historia, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas empapando sus mejillas; se tapó la cara, agacho la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo.
El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre! Y yo aprendí que no son las cosas que tienes en tu vida lo que cuenta, sino quienes tienes, lo que verdaderamente importa.

Los Bienes Invisibles

Tomás es un chico de siete años que vive con su mamá, una pobre costurera, en su solo cuarto, en una pequeña ciudad del norte de Escocia. La víspera de Navidad, en su cama, el chico espera, ansioso, la venida del Niño Dios. Según la costumbre de su país, ha colocado en la chimenea una gran media de lana, esperando encontrarla, a la mañana siguiente, llena de regalos. Pero su mamá sabe que no habrá regalos de Navidad para Tomás por su falta de dinero. Para evitar su desilusión, le explica que hay bienes visibles, que se compran con dinero, y bienes invisibles, que no se compran, ni se venden, ni se ven, pero que lo hacen a uno muy feliz: como el cariño de la mamá, por ejemplo.
Al día siguiente, Tomás despierta, corre a la chimenea y ve su media vacía. La recoge con emoción y alegría y se la muestra su mamá: "¡Está llena de bienes invisibles!", le dice, y se le ve feliz. Por la tarde va Tomás al salón parroquial donde se reúnen los chicos, cada cual mostrando orgulloso su regalo. "¿Y a ti, Tomás, qué te ha traído Papá Noel?", le preguntan. Tomás muestra feliz su media vacía: "¡A mí me ha traído bienes invisibles!",contesta. Los chicos se ríen de él. Entre ellos Federico un niño consentido quien tiene el mejor regalo pero no es feliz. Por envidia sus compañeros le hacen burla porque su lindo auto a pedal no tiene marcha atrás, y enfurecido destruye el valioso juguete. El papá de Federico se aflige, y se pregunta como podría darle gusto a su hijo.
En eso ve a Tomás sentado en un rincón, feliz con su media vacía. Le pregunta:"¿Que te ha traído el Niño Dios?" "A mí bienes invisibles", contesta Tomás ante la sorpresa del papá de Federico, y le explica que no se ven, ni se compran, ni se venden, como el cariño de una mamá. El papá de Federico comprendió. Los muchos regalos visibles y vistosos no habían logrado la felicidad de su hijo. Tomás había descubierto, gracias a su mamá, el camino a la felicidad.
Autor: Bernardino Piñera Carvallo

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